jueves, 3 de enero de 2013

Claus Sluter - El Pozo de Moisés - escultura, gótico







UN PRECURSOR

Claus Sluter fue un escultor gótico de origen holandés.
 Se le considera el principal representante de la escultura borgoña en la segunda mitad del siglo XIV. Su nacimiento se desconoce, pero se calcula en torno a 1350 en Haarlem, Holanda. Murió en 1405 o 1406 en  Dijón, Bretaña, Francia.
Sluter probablemente trabajó en Bruselas antes de trasladarse a la ciudad de Dijón, donde desde 1385 hasta 1389 fue asistente de Jean de Marville, escultor de la corte de Felipe el Atrevido, Duque de Borgoña. Desde 1389 hasta su muerte desempeñó el cargo de escultor de corte. Fue sucedido por su sobrino Stephan Sluter de Werver, que continuó con el cargo de su tío.


EL POZO DE MOISÉS
1395 - 1403

De sus obras, la más famosa que ha llegado a nuestros días es el Pozo de Moisés (1395–1403), creado para el claustro de la Cartuja de Champmol. En principio, era un calvario monumental para el claustro, con seis figuras de profetas en la base de la fuente: Moisés, David, Jeremías, Zacarías, Daniel e Isaías y, sólo como fragmento, la Crucifixión. Parece que la obra se basó en la idea de la fuente de la vida (fons vitae). Las esculturas aparecen totalmente liberadas del marco, además de estar dotadas de un naturalismo extremo. Los tipos humanos son corpulentos, de volúmenes rotundos y gran monumentalidad. Esto se debe en parte a la forma de esculpir los ropajes, que tiene un caráter pesado y voluminoso con pliegues gruesos y profundos, muy peculiar del maestro. Es característica también la forma de captar las expresiones, convirtiendo las esculturas en auténticos retratos.




Cartuja de Champmol. Dijon. Según un grabado de 1686



La Cartuja en la actualidad


Aún no ha acabado el siglo XIV cuando Sluter se ocupa del Pozo de Moisés. El nombre actual designa los restos de una Cruz monumental de la que formaba la base. El nombre le viene del patriarca y profeta, uno de los seis que se adelantan en las seis caras prismáticas. Son seis formas poderosas, robustas, a veces hasta pesadas. Analizadas individualmente, no sólo en los rasgos de la cara, sino también en las diferentes actitudes que evitan toda monotonía, el grosor de los cuerpos y las vestiduras, son figuras inolvidables que causaron una profunda impresión, copiándose en su totalidad o sirviendo de modelo a las dos o tres generaciones siguientes. 

Detrás del proyecto estaba el potente duque de Borgoña Felipe el Atrevido que convierte la cartuja de Champmol, donde está el Pozo, resto de una Fuente de la Vida que centraba un claustro, en su lugar de enterramiento. 




Aunque Sluter ha sido encuadrado dentro de los denominados estilo suave y gótico internacional, su estilo realista apunta al futuro y tiene una gran influencia en el desarrollo la escultura del siglo XV. Fue el más importante escultor de la Europa septentrional de su época y considerado pionero del realismo nórdico. Restauró la escultura figurativa a escala monumental y naturalismos propios de la época clásica. Su trabajo de madurez es muy emotivo, atento a las expresiones faciales y los detalles de sus esculturas, lo cual puede verse en particular en sus característicos ropajes pesados, que muchos otros imitaron más tarde.





La figura de C. Sluter llena con todo el vigor de su fuerza expresiva la escultura del gótico final, abriendo nuevos cauces de realismo al arte de la época. Sabemos que el gótico en escultura había ido evolucionando hacia propuestas cada vez más naturalistas, que iban desligándose progresivamente del marco arquitectónico, pero tal vez el gótico francés aportara a ese realismo un afectación un tanto excesiva y un amaneramiento que tildaba en exceso su delicadeza. Por el contrario las propuestas que van surgiendo al norte de Europa avanzan en otro sentido, y si bien son herederas sin duda de la influencia francesa, aportan un sentido mucho más contundente y realista a sus figuras, cuyo valor predominante es siempre su fuerza expresiva. En realidad es y será una constante del arte que se desarrolla en Países Bajos y Alemania esa inclinación expresionista tan marcada. Se advierte en las esculturas del gótico alemán más conocidas, especialmente las figuras que decoran el coro de la Catedral de Naumburgo y en especial el doble retrato de Ekkehart y Uta, y se advierte asimismo en toda la tradición plástica de los Países Bajos




Es en ese contexto en el que aparece la figura de Claus Sluter. Un artista que nace en Harlem, futura Holanda, y que se mueve en ciudades del entorno, como Bruselas, donde irá fraguando su estilo, hasta que recabe definitivamente en Dijon, al amparo del amplio programa artístico que desarrolla Felipe el Atevido, Duque de Borgoña, y que será sin duda el que le otorgará fama y reconocimiento.




En efecto en la Cartuja de Champmol es donde se concentra todo este programa escultórico en el que Sluter se iniciará como asistente de Jean de Marville y que culminará Stephan Sluter de Werve, sobrino de Claus Sluter. Entre las obras principales que se desarrollan en este marco destacan el Portal de la Cartuja, el propio Sepulcro de Felipe el Atrevido y el famoso Pozo de Moisés que hoy nos ocupa. En el Portal representa a la Virgen con el niño flanqueada por Margarita de Flandes y el propio Felipe. El sepulcro aún resulta más espectacular, especialmente por la serie de los Plorants, o encapuchados que lloran la muerte del duque y que representan el ejemplo más logrado del realismo expresivo de Sluter, capaz de transmitir al espectador todo el dolor ante la muerte con el máximo de expresividad, sin representar ni un sólo rostro, es sólo el trabajo de los paños y la fuerza emotiva que transfieren las formas de las túnicas, sus pliegues, sus contrates de luz, lo que nos impacta en un ejercicio de gran realismo, pero cuya solución formal es poco menos que abstracta.




En cuanto al Pozo de Moisés se trata en realidad del basamento (en forma de brocal o pretil de pozo) de un Calvario sobre el que habría de colocarse Cristo crucificado acompañado de la Virgen y de Juan. El calvario ha desaparecido y sólo queda el busto y la cabeza de Cristo. En realidad la forma del basamento, prismático y de forma hexagonal, alude simbólicamente a la fons vitae de la que surge la vida, simbolizada aquí en la propia muerte de Cristo. Unos ángeles soportan el zócalo sobre el que apoyaría la cruz, y bajo ellos, ocupando cada una de las caras del brocal, los profetas precursores de Cristo: David, Isaías, Daniel, Jeremías, Zacarías y Moisés.




Es éste último el que sintetiza perfectamente las características del nuevo lenguaje de Sluter, porque también en este caso sorprende por su fuerza expresiva: su rostro violento de ojos profundos e iracundos al bajar del Sinaí; con su una barba bífida, abundante, poblada, con airado movimiento de sus enormes guedejas; las órbitas oculares hundidas y su boca entreabierta creando el juego de rotundos contrastes de luz y sombra con los que insistir en un expresionismo de enorme realismo y fuerza emotiva.




Por encima de la fuente se tenía una cruz, pero fue destruida, y debajo de cada personaje se podía encontrar unas inscripciones con dichos sabios. Al final hay que mencionar que las esculturas habían sido pintadas por Jean Maelweel y doradas por Hermann de Colonia, lo que habría provocado una imagen impresionante de azul y oro. 




El gótico a diferencia al románico dio mayor importancia a la persona, al humano; y eso conllevó hacia un mayor realismo de las esculturas. Como se vio en el detallado atrabajo de los paños se podía decir que Claus Sluter se había inspirado en las obras maestras de la antigüedad y de la Italia renacentista. Estaban más separadas de la pared, aunque los brazos quedaban tímidamente cerca de los cuerpos. Ya se notaba que el vacío románico había sido reemplazado por el simbolismo gótico; sin embargo la extrema decoración barroca aún quedaba muy lejos. 




Todo ese grupo escultórico es un gran juego mental – religioso, interesante para los monjes. Solo se comprendía las frases que había debajo de cada estatua si se conocía al contexto y mensaje religioso de cada uno. 




Lo religioso en esas estatuas no era algo abstracto ni distanciado, sino todo al contrario cercano. Los profetas no se demostraban como mensajeros de un dios lejano, sino como personas humanas impresionantes, admirables, y aun así cercanas con posibilidad de identificación. 




En vez que se tenga la distanciada reservación filosófica o la reflexión mental, todas las seis figuras actúan, dialogan con los visitantes. Para dar un ejemplo, la frase de Jeremías: “O todos vosotros, que paséis por aquí, mirad y ved, si algún dolor sea como el mío”. Ese mensaje religioso, en combinación con el realismo de figura pintada, anima al visitante a emocionarse y a reflexionar.




Ya no hay nada estereotipado en Sluter y de nuevo resulta especialmente significativo su trabajo de paños, de plegados duros y enérgicos, de potente textura, rupturistas con el sentido lírico y armonioso de la escultura de tradición francesa. Al contrario, los paños se mueven ahora en enérgicos ritmos compositivos que subrayan la expresión del profeta, particularmente iracunda.




Hasta el tratamiento del mármol busca la fuerza y la grandiosidad, llenándose de vida hasta en los más pequeños detalles, caso de las filacterias, que se tallan con pormenor, pero a la vez con toda esa acritud y aspereza, que delatan su vigor.




La figura más preciosa era Moisés: parecía asombroso, “monumental” (si eso es posible para una escultura), ya solo por los paños que lleva puesto. Junto a eso se tenía la extraordinaria barba detalladamente trabajada; su mirada fija hacia el más allá, siempre dispuesto a llevar al pueblo elegido de "Dios" desde Egipto a Israel. 




Es éste último el que sintetiza perfectamente las características del nuevo lenguaje de Sluter, porque también en este caso sorprende por su fuerza expresiva: su rostro violento de ojos profundos e iracundos al bajar del Sinaí; con su una barba bífida, abundante, poblada, con airado movimiento de sus enormes guedejas; las órbitas oculares hundidas y su boca entreabierta creando el juego de rotundos contrastes de luz y sombra con los que insistir en un expresionismo de enorme realismo y fuerza emotiva.




No falta además el color, que a su valor naturalista, une su vistosidad, fortaleciendo de esta forma su carga emotiva.




Sluter hay por tanto que considerarlo el escultor más importante del otoño del medievo, pionero de ese “realismo nórdico” que se convertirá en una seña de identidad del arte de la Europa septentrional, y un precursor del incipiente Renacimiento en el que cobrará todo su sentido el realismo humanista que Sluter había iniciado.










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